Buscando
En el silencio de la fresca noche, ella aprovechaba a visitar mi lecho para compartirme su calor. Podía haber hecho mil preguntas, pero decidí guardar silencio y dejarme llevar, pues no sabía en qué momento las cosas darían un giro radical para desaparecer abruptamente de mi vida. No hubo ninguna palabra de parte de ninguno, pero intercambiamos miradas que podíamos apreciar gracias a la luz de la luna, que lograba irrumpir en mi habitación gracias a una de las ventanas.
Tenía muchas ganas de hablarle de mi vida, así como de las cosas que habían sucedido a lo largo del día, pero detenía mi boca con su mano cuando trataba de hablar, pues no quería perder el tiempo con cosas tan triviales. Supuse entonces que no había ninguna necesidad de gastar palabras, ella acariciaba mi rostro y lanzaba un ataque de besos que me hacían olvidar mis problemas.
Durante mucho tiempo fue de la misma manera y llegué a pensar que siempre sería así, pero tenía que enfrentar la cruda realidad de mi vida y la verdad era que la mujer jamás existió.
Tal vez era la necesidad de estar acompañado, de tener a alguien con quien compartir mis logros, mis planes, las alegrías y las cosas malas que me sucedían. Por un tiempo mi mente fabricó todo lo que anhelaba y la personificó, hasta el punto de convencerme de que era totalmente real.
Aún recuerdo la última noche que nos vimos, pues fue una sorpresa para mí que me permitiera expresarme un poco. Le hice saber que deseaba conocerla, saber de dónde venía y porqué deseaba tanto estar conmigo, pero solo me observó mientras lanzaba una pregunta tras otra. No era que no deseara su compañía y tampoco deseaba que se fuera, pero ansiaba saber todo sobre su vida para corresponder la forma en como había iluminado la mía, pues no solo se trataba sobre mí, ya que la felicidad debía ser para ambos. Sin embargo, no se esforzó en responder todos mis cuestionamientos, simplemente hizo lo de siempre, puso sus manos sobre mi rostro y después me besó. Me sentí algo decepcionado al principio, pero después me sorprendió cuando dijo sus primeras y únicas palabras: aún no es hora. Su voz era demasiado dulce, así que hice todo lo posible para no olvidarlo jamás, aunque después de aquello no volvió a visitarme.
Las noches volvieron a ser frías y solitarias, además de que me costaba conciliar el sueño por pensar demasiado al respecto. Sabía que aquella mujer no era real, mi mente me estaba jugando una broma muy pesada << ¿De verdad no lo era? >> no tenía una respuesta clara sobre lo que había pasado, pero rendirme no era una opción.
Una noche ella volvió a aparecer, pero no como antes. Empecé a verla en mis sueños, aunque no todo el tiempo, también intenté hablarle, pero jamás tuve éxito, así que decidí rendirme y eventualmente desapareció. Tras aquello, pensé que lo mejor era dar la vuelta la página y buscar algo que me apasionara, por lo que mi mente estuvo ocupada el mayor tiempo posible hasta que su rostro y su voz se volvieron un recuerdo.
No obstante, un día, ella de nuevo apareció y no podía dar crédito a lo que estaban mirando mis ojos, de verdad estaba frente a mi sin que yo la hubiese estado buscando. Mi corazón palpitaba muy rápido, mis manos sudaban y temblaba ligeramente, sabía que no estaba en peligro, pero mi cuerpo me hizo creer que lo estaba, así que no sabía que hacer exactamente y quedé paralizado.
Se acercó a mí y puso sus manos sobre mi pecho, aunque al principio no dijo nada, eso bastó para tranquilizarme y poder regresar a mis cabales. Luego, me miró con aquellos ojos color miel y con su dulce voz me dijo: te he estado buscando durante varias vidas, pero al fin te encontré.
Al escuchar esas palabras todo tuvo sentido, todo era real.
Yo no estaba buscando, en realidad me estaban buscando a mí.
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