El sonido de la verdad

 

En la vida hay cosas que muchas veces es mejor no saber, como un secreto o un suceso que pocos conocen, ya que al sacarlos a la luz solo causan eventos desafortunados.

Hubo un tiempo en que no creía en aquellas consecuencias, ya que mi trabajo como detective policíaco, no me permitía creer en teorías basadas en situaciones que no se pueden comprobar con hechos. He pasado 10 años en este trabajo para darme cuenta de la verdad, por lo que las evidencias debían mostrar todo lo que necesitaba saber.

 

Pero todo cambió cuando una noche decidí hacerle caso a una corazonada, pues estaba trabajando en un caso de asesinato, en donde el perpetrador dejaba un teléfono celular cerca de la entrada del lugar donde atacaba. Cuando los oficiales llegaban a la escena, el dispositivo se encendía y al momento de contestar el lugar estallaba, por lo que no quedaba evidencia que nos pudiera llevar a su captura. Nuestro único método para investigar era llegar después del ataque, pero hasta ahora no nos ha generado ningún progreso. Así que decidí salir a buscar pistas, preguntar a las personas cercanas a las víctimas, usar a informantes y cobrar uno que otro favor.

 

Tal vez estaba yendo en la dirección equivocada porque solo llegaba a callejones sin salida, además de que han pasado 2 años desde que perseguimos al delincuente y no hemos estado cerca de atraparlo. Me detuve en una calle para fumar un cigarrillo mientras ordenaba mis ideas, sin embargo, lo único que tenía eran declaraciones sin sentido y algunas otras no coincidían con lo que habían dicho ante el fiscal. Quizá era hora de irme a casa y rendirme, para darle la oportunidad a alguien más joven que pudiera pensar con mayor claridad acerca de esto.

 

Mi casa tiene un sendero de concreto que da a la puerta principal, por lo que hay que atravesarlo para poder llegar. Pero me quedé un momento en la entrada para respirar el aire fresco de la madrugada, antes de admitir la derrota. Una vez que llegué a la puerta iba a sujetar el picaporte como de costumbre, sin embargo, me detuve en el último instante ya que una ligera ráfaga de aire empujó la madera y la abrió. Un escalofrío recorrió mi espalda hasta causarme un ligero espasmo, lo cual era muy preocupante porque nunca había sentido nada así. Desenfundé mi arma lentamente y me cubrí al lado, para después abrir la puerta despacio.

 

Una vez adentro me topé con una gran sorpresa, en la mesa donde suelo dejar mis cosas cerca de la entrada, se encontraba lo que más había temido durante 2 años. Junto al objeto estaba una nota que decía “Estoy dispuesto a hablar, si quieres escuchar.”. De repente se escuchó aquel sonido, el cual representaba la línea entre la vida o la muerte, pero en este caso había otra opción que nunca esperé. Así que con temor contesté.

 

-          Hola -mi voz temblaba ligeramente.

-          Haz pasado dos años tratando de atraparme -una voz masculina y grave no era lo que tenia en mente, pero sin duda atemorizaba- Pero yo no soy el verdadero enemigo.

-          Claro que lo eres, le quitaste la vida a personas inocentes que no te habían hecho nada.

-          No eran tan inocentes y tampoco fueron explosiones al azar, además las víctimas fueron simples daños colaterales.

 

La última línea me dejó perplejo ¿al azar? Pensé, ya que al recordar todas las escenas del crimen, los oficiales siempre caían en la trampa debido a la curiosidad. En ese momento tuve un mal presentimiento, algo estaba mal ya que el hecho de que el asesino hablara conmigo no era una mera casualidad.

 

-          ¿Y ahora qué sigue? -la pregunta no era lo más adecuado para la situación, pero si lo más acertado.

-          Ellos me quitaron a mi hija, pero ahora encontré la justicia verdadera -.

-          ¿Qué quieres decir con eso? .-

-          Lo que trato de decir es que, solo me queda alguien más en mi lista y tú eres un daño colateral .-

 

Después de eso escuché unos pasos detrás de mi y volteé, sólo para darme cuenta que mi jefe estaba ahí. Varias preguntas vinieron a mi mente en ese instante, pero nada más importaba, pues la respuesta estaba justo frente a mis ojos.

 

En ese momento su teléfono sonó. Y el contestó.

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